DESCUIDO

Sí, yo Fui al concierto de Roberto Carlos

Y no me da pena. Y fue algo bizarro, pues, como siempre, por casualidades y situaciones de la vida, resulté ayer, jueves 10 de junio de 2010, en el concierto de este cantautor, poeta y rey de la música romántica, que desde muy pequeña me hizo sentir curiosidad por su acento portugués y me hacía pensar en las playas y las mujeres bonitas de Brasil.

Lo escuché por primera vez gracias a mi papá, quien es músico desde muy joven, y, por allá en los 70s, se enamoró de la música de Roberto y comenzó a interpretar todas sus canciones con su guitarra, dando serenatas en casas de las novias de los amigos o siendo profesor de música en un colegio de niñas.

Con esta música fue también que se enamoraron papá y mamá, así que estuve prácticamente condenada a escuchar buena parte de mi infancia canciones como Amantes a la antigua, Mujer pequeña, Un gato en la oscuridad y, como cosa rara, me terminó gustando.

Ya por ahí van entendiendo por qué resulté allá. Desde hace aproximadamente dos semanas, vi cómo mi padre se convertía en un pequeño niño que me rogaba que le consiguiera entradas para el concierto y me decía que lo llevara a una rueda de prensa o entrevista para, al menos, poder tomarse una foto con él.

La verdad era algo extraño ver a mi papá de esa manera, tan exaltado por ver a un artista, es lo mismo que sentí cuando venía Draco o Fito Páez, fue como estar en un espejo, y así comprendí un poco por qué yo también soy así cuando se trata de un artista que me revuelca el corazón y la mente.

Comencé entonces a hacer misiones en materia de relaciones públicas para poder conseguir las entradas, y, entendiendo también de donde viene el acelere que algunas veces se maneja por estos lares, a los pocos días mi acelerado padre se apareció con tres entradas, y, justo después, yo me conseguí otras dos, así que ya teníamos entradas pa un buen combo.

Mi mamá se fue con mi abuelita, después de mucho rogarle, mi hermanito dijo que él caía allá, y yo me fui directamente desde mi trabajo para La Macarena. Llegué muy temprano, un poco antes de las 7:30, el ambiente estaba relajado afuera, no había filas ni mucho aleteo, y toda la gente que entraba venía formal, elegante o con ropa de trabajo. Yo estaba vestida de anchos, tenis blancos, camisa siza y una gorra… era casi la única, pero no me importó.

Llamé a mi mamá y me dijo que ya estaba adentro con mi abue, así que descubrí que tenía tiempo de relajarme un rato por ahí y me fui a caminar por los alrededores de la Plaza de Toros. Me empecé a pillar toda la vuelta, la gente que llegaba, y, a partir de ahí, fue inevitable querer analizar este recital con otros ojos, pues era considerablemente diferente a todos los conciertos a los que he asistido en mi vida.


Llegaban parejas de esposos, señoras, abuelitos y, no sé si me alegró o me dio tristeza ver tantos grupos de mujeres solas, enamoradas o despechadas, que se disponían a pensar en sus amores perdidos, gritar, llorar y dedicar canciones. Había también unas cuantas peladas “como de mi edad” (ja,ja) que fueron a acompañar a sus papás a ver a su artista de toda la vida. Me paré en otro punto y comencé a ser atacada por revendedores diciéndome, “compro boleta” y todas esas frases que ellos usan, recibiendo, siempre, mi negativa a través de un movimiento de cabeza.

Compré entonces un cigarro y, mientras lo consumía, me di cuenta de lo fuerte que es la maquinaria de los revendedores en Medellín, hasta que, otro señor, canoso él, algo gordito y de bigote, me empezó a ofrecer otra boleta. Terminé hablando con él, nos hicimos amigos, se llama Hugo, además tiene una ferretería, me dio su celular y me dijo que no se perdía mi programa. Esto me dio mucha risa.

Decidí entrar, todo bajo control, listica de prensa relajada, requisa leve de un policía y subí a buscar a mi mamá. Cuando mi cuerpo llegó a la tribuna me di cuenta que prácticamente ya todo el mundo estaba adentro y apenas habían pasado las 8 de la noche. Me tocó pasar entre un montón de gente para poder llegar hasta donde ella estaba, y algunos me miraban con cara como de incógnita, pero tampoco me importó.

Llegué donde ella, estaba feliz con mi abue, me puse a “blackberriar” un rato y a mirar la gente. Señores, señores, señores, señoras, más señoras, por ahí una que otra hija y uno que otro Chayanne Baygón con la novia. Delante de nosotras había un trío de cuchachas, cuál de todas más despechadas, que llevaban ya casi una media de ron entre las tres antes de empezar el concierto. Al ratico llegó mi hermanito y a mi lado se sentaron dos manes con una vieja. Uno era el violinista del parche.

Al rato se apagaron las luces, todo comenzó, las señoras en euforia, mi mamá saltaba, aplaudía, gritaba, y yo grabándola en video. Me sentí feliz, salió don Roberto Carlos, muy elegante él todo vestido de blanco, acompañado de un excelente colectivo de músicos y adornado con luces rosadas y moradas. Puro romance.

Las tres señoras que estaban adelante se querían morir, la media ya se les había subido a la cabeza, y tiré caja buena parte del concierto de cuenta de ellas. Las manifestaciones del despecho, miradas desde afuera, son charras, cómicas, o al menos así lo parecía ayer.

Cuando sonó Un gato en la oscuridad, llamé a La Bruji y le puse toda la canción, tal como ella me lo había pedido. Al rato, al son de más canciones de amor, desamor, olvido, espera, las cuchachas compraron otra media y, el violinista del parche que estaba sentado a mi lado no pudo evitar derramar algunas lágrimas. Hace mucho no veía a un hombre llorar, fue bonito. Y yo también lloré.

Al final me recogieron un par de amigos que me estaban esperando en el CAI de policía de afuera, y terminamos cantando “yo quiero tener un millón de amigos y así más fuerte poder cantar”, brincando y alzando los brazos en la manguita de afuera de la plaza, pues esta fue la última canción y yo me salí antes que se viniera todo el tumulto, así que tocó cantarla desde afuera.

Mi papá, como todos los hombres de mi vida, nunca llegó. Apareció al otro día. Y yo sé que mi mamá pensó en él todo el concierto…

Acá están plasmadas un poco de mis pintorescas vivencias de anoche, sentía que necesitaba hacerlo. Y lo escribí todo al son de Amalgama Beats, una producción de rap que me pasó un parcerito anoche en el parque, que, por cierto, les recomiendo. ¿Qué cosas, no?